Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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Corramos... Hay que salvar el planeta.

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La Tierra

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sábado, 12 de mayo de 2007

CarTa de Papá a Mamá.



Querida sexagenaria:

Te escribo esta carta por el correo normal, queriendo jugar con aquellos nervios de la espera que propiciaba la llegada del viejo cartero, para que reavives el latido de otros tiempos, bajo la sinceridad de la realidad actual.

Durante cuarenta años se ha ido consumando el emblema de nuestro amor.

Amortiguadas las luces del primer beso en la redondez del tiempo, lejanos aquellos paseos bajo las moreras del paseo nuevo, en los atardeceres de locas caricias, con las puestas de sol elevando tonos rosados sobre las montañas del Morante, nos llega en esta calma preñada de recuerdos, todos los sueños que se escaparon en el encuentro con la realidad.

Enmudecieron las palabras y el silencio aprisionó horas nostálgicas para reavivar aquél te quiero que se hizo rúbrica de sentimientos amparado en las sombras de la noche. Es en esa apertura del túnel del tiempo donde discernir entre el amor de entonces y el cariño inmenso de ahora dificulta las maniobras sentimentales. Todo ha pasado tan deprisa que no me atrevo a equilibrar las reacciones de la mente, aunque yo lo voy a intentar. Verás querida sexagenaria, aprendimos a vivir juntos por las aceras y los soportales en una sucesión de elevadas promesas, de palabras en sintonía, de miradas azules y de manos entrelazadas hasta que un día- el gran día- ante el altar, las campanillas del sí quiero, temblaron bajo las nervaduras pétreas de la iglesia del pueblo. Estaba la mañana alta y el sol dibujaba estelas brillantes en los tejados que formaban una silueta rojiza en la cuadratura del paisaje. Al poco tiempo jugamos a ilusionarnos con el nacimiento de nuestra primera hija, fruto de abrazos compartidos en una locura de sábanas revueltas. En las horas interminables del parto me dejé llevar por el master de la responsabilidad, pero aún recuerdo aquella mirada tuya tras el beso de calentura que sellaba nuestra paternidad.

Por la ventana de la habitación, Septiembre nos mandaba un revuelto de hojas y un aire de vendimias, como queriendo poner en nuestras vidas las primeras luces otoñales.

La experiencia nos sirvió para recibir a nuestra otra niña, en el mes de la navidad con los nervios más controlados, y al otro, y al segundo de nuestros niños, y a la niña de mis ojos, esa fue una noche de magias reales y de alegres inocencias, un día trece de un mes hermoso, a la hora bruja y con eclipse de luna, con todos los capullos de las flores en zas y oliendo a jazmín y azahar, aquél día puso en nuestros zapatos la esperanza abierta, consecuencia de un amor compartido en el tiempo y la distancia, y también a la ultima, nuestra llorona y brillante clavellina. Te escribo esta carta, desde la atalaya de los años, como una justificación, que puede llegar demasiado tarde, a los momentos en los que no supe ver tu sacrificio de palidez y de párpados húmedos, en el trabajo diario, sin poner ni un solo “pero” al gran reto de la maternidad, al duro trabajo del quehacer doméstico.

Un día nuestros hijos volaron en pos de su independencia, para dejarnos en la soledad que hiere el silencio, mientras las horas caminan de forma pausada, es ley de vida, es duro tener desde siempre una alegre algarabía de risas y chiquilladas a pasar a ese silencio, la lluvia pone a veces lágrimas sobre los cristales de la ventana y la pantalla del televisor, como recurso para ahuyentar las palabras, eran complemento para el duro aprendizaje de las comidas ya más solitarias, y para darnos cuenta que el amor tiene otras facetas evolutivas que van marcando las distintas etapas en la diaria y ya desocupada convivencia. Nos surgió como un regalo, ese otro matiz sentimental que hace comprender la felicidad ganada en el transcurso de la vida en común. Pasando por encima de todo, olvidando algunos tropiezos frutos de la incomprensión momentánea, teniendo como base el amor inicial y el cariño posterior, otra forma más profunda de amor, hoy te escribo esta carta con la imaginación puesta en aquél primer beso, bajo las estrellas de una noche de verano y con la satisfacción de seguir teniéndote a mi lado cuando ya los recuerdos pesan más que las ilusiones. Esta carta, querida sexagenaria, es el reconocimiento a lo que tu amor me ha dado, y me sigue dando, en este invierno de nuestras vidas, con la primavera de tu sonrisa, aún plena de encantos. Todo es cuestión de seguir caminando hasta que la muerte nos separe y antes que mi enfermedad, te borre de mis recuerdos, esa enfermedad que te roba ese derecho después de coleccionarlos.

Con todo mi amor muchos besos mi querida sexagenaria.

1 comentario:

  1. Cuanta sensibilidad en esta maravilla de escrito, un placer pasar por aquí de casualidad y descubrirte , linda tu alma.
    Alfredo.

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