Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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Corramos... Hay que salvar el planeta.

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La Tierra

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domingo, 20 de mayo de 2007

LágrimaS a 40 GradoS.


PérdidaS.

Aquella tarde había señales en el cielo. El viento había cambiado de Norte a Este, se notaba mucho la humedad en el aire y altos en el cielo se veían los pequeños y blancos rizos de los cirros precursores de la tormenta que se iba acercando.

En esos días yo me encuentro como que floto ajena a la ley de la gravedad entre la gente, osada y arriesgada me encanta irme a la playa, son muy bellos sus médanos dorados, los crepúsculos moribundos y malvas de mi ciudad, con sus nubes livianas haciéndolas ligeras cautivas del mismo día, desapareciendo a su lado.

Cuando no me dejaban andar sola en la tormenta, me iba a la destartalada buhardilla de la casa y desde allí, observaba la espuma blanca de ala de gaviota furiosa, estrellada contra los riscos de los acantilados y soñaba y formaba versos en mi mente, experimentando esa extraña sensación de plenitud con el cosmos, que sufren las almas sensitivas en exceso.

Entonces cupido que siempre había sido magnánimo conmigo, sentía que me abandonaba dejándome herida e indefensa y llevándose mi alma en pago a tan breve dicha_ entonces pensaba que había perdido tu sonrisa_ y mis ojos, ojos claros que se hacían de pozo de mina, de carbón, de azabache, de sombrías pupilas que miran con brillo chispeante y de donde a veces un destello de tristeza se escapa un segundo, para volverlo de nuevo veloz al pozo, sentían tu despedida, profundas cuchilladas que acariciaban mi corazón, ávido ya de cualquier cosa que viniera de ti, intentaban, aunque no podían, consolar la ya inevitable y definitiva desolación.

Y comencé a sentir tu constante sombra en todo, una mueca, una risa de alguien, un olor, un nombre, haciendo el dolor insoportable que a veces penetra y devora.

En aquellos tiempos hubiera dado cualquier cosa porque desapareciera el dolor que me envolvía y desconectarme de las miles y finísimas agujas hipodérmicas clavadas en mi adolescente corazón.

Sentía el hachazo de la añoranza, ese dolor en el fondo del estómago, a veces el amor destruye con saña lo que toca, pero también un día aparecieron las fuerzas para enterrar no en el olvido, sino en el tiempo, las mariposas que revolotean con negra ponzoña.

Ya no es aquella tristeza infinita que se desparramaba por mi, rezumaba por mis venas, corría por la ciudad, se deslizaba por debajo de mi ropa y reptaba, adentrándose fría e inevitable que me hacía invisible y transparente entre la gente, ya incluso lo escribo para que me traspase y no me hierba la sangre como las lágrimas calientes a cuarenta grados de aquél mes de julio derramadas hasta el amanecer.

El llanto ayuda a adormecer la angustia en las entrañas. El miedo que se siente ante una pérdida de alguien amado ( en la que interviene la muerte), es un sentimiento paralizante que aletarga la pena y entumece la razón, y mi corta edad no me daba para más, llorar, llorar y llorar, las lágrimas son las puertas por donde pasamos y que nos sueltan.

Y un día por fin, empezó a llover y lavó tus pasos y mi corazón, ya no era la sequía que acartonaba mi razón, inmóvil en la dinámica de tu composición, el tiempo ha hecho más llevadera su actuación, porque ya he asumido que puedo estar sin ti, menos mal sino, que hubiera sido de mi.

Rara vez se puede leer con el corazón en el corazón y ser totalmente humana para alcanzar a ver donde entre formas armónicas te encuentras ahora, quizás ocupas un punto de luz o un trozo de oscuridad ya por siempre en la eternidad.

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