Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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La Tierra

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lunes, 7 de enero de 2008

Mi Viejo Profesor de Tantas Cosas.


Cuando era niña mi mundo eran mis padres y mis hermanos, mayores y menores que yo y a nuestro lado, observándonos mi abuelo Alejandro, jamás me separaron de ellos, hasta que llegó el momento que mi padre empezó a trabajar fuera del país, entonces el puesto de mi padre lo tomó mi abuelo, él hizo de abuelo papá durante ocho años.

Alejandro era un hombre sencillo, sabio, humano y gallardo, ingeniero de unas minas en pleno auge en las canteras de cobre al pie de un río, que disfrutaba dando clases de matemáticas a los chicos del pueblo, clases que nunca cobraba y que además sacaba tiempo para practicar con ellos y conmigo la filosofía.

En la expresión de sus ojos azules tenía esa tristeza, que no era tristeza sino un vacío en la oquedad de su cabeza, quizás porque era un idealista que al cielo temía y al cielo aguardaba, un hombre de la vieja España.

Siempre me dijo que las virtudes del alma eran también seres vivos y que las palabras aunque necesarias eran los burdos portales de las ideas que habitan sus mansiones, esas que se edifican en el corazón del hombre.

Mantenía que la juventud estaba cansada de frases hechas, de promesas, de palabras, de manifiestos; decía que la juventud quiere ejemplos, maestros, líderes con sus hechos.

Él me incitaba a escribir para rescatar las cosas de la memoria del olvido, decía que la escritura era el hilo inconsútil que unía las generaciones y desde entonces he escrito todo cuanto he podido.

Sus largas charlas eran un acontecimiento entre los jóvenes del pueblo a las que yo me sumaba a pesar de mi corta edad, nunca me dejaba atrás.

Y con los ojos brillantes nos decía: El hombre siempre es invisible, está detrás de las cosas que hace, necesita de los más variados medios de expresión para poder manifestarse, para poder llegar hasta los otros hombres.

De ahí, el valor de los pensamientos que exponemos ante nuestros lectores: detrás de ellos está el hombre, el filósofo vivo y activo que, aunque invisible, toma cuerpo en cada una de sus ideas, y así demostrar que las palabras no sólo sirven para llenar páginas, sino para ser sentidas y vividas.

De sus múltiples enseñanzas, de sus frases, de sus artículos escritos, brotan estas ideas muchas veces repetidas del mismo modo en que la naturaleza repite incansable sus ciclos, ofreciéndonos una lección de paciencia y eternidad.

Era fácil que un maestro filósofo como mi abuelo, volcara a lo largo de los años mil expresiones útiles, importantes sobre un mismo tema, él trataba de buscar, de encontrar aquello que nos hace falta y no se enseña en las universidades, la filosofía no es una asignatura en sí sólo, es una forma de vida, no basta con el tesoro sino que debe de haber también un aventurero que se atreva a partir en su busca.

Para los aventureros de espíritu, para los constantes insatisfechos con este mundo que sabe a cárcel, para los enamorados de la vida y la eternidad, para los que anhelan todas estas cosas y aún no lo saben, para todos ellos irán siempre las palabras de los hombres como mi abuelo, tras las cuales palpita la más honda experiencia humana, fabricada honestamente desde el interior del hombre, la de ayer, la de hoy y la de siempre.

El valor de las palabras no sólo está en lo que encierran sino en lo que liberan.

A ese hombre, a mi abuelo: Alejandro en cualquier lugar donde se halle (aparte de mi corazón), le suplico que siga iluminando de fulgor a la mujer que siendo niña, él formó, con sus palabras y hechos llenos de amor, desde el honor. Gracias abuelo. Te quiero.

2 comentarios:

  1. Simplemente hermoso.
    Perdóname la arrogancia, pero estoy seguro que tu abuelo se siente orgulloso de ti. Y eterno. En tus letras se cuela su legado.
    M.

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  2. Gracias Atzin, tienes razón, nada de arrogancia, mi abuelo aunque yo en sí misma no lo merezca, creo que siempre, antes y ahora está orgulloso de mi. Gracias de nuevo.
    C.

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