Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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Corramos... Hay que salvar el planeta.

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La Tierra

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miércoles, 11 de junio de 2008

Transcurren los días


Guardo mis sentimientos como si yo fuera una cajita, como cuando era una niña de ojos inmensos, el cuerpo delgado y dulce, a veces con el aliento roto llena de ellos.

Los días transcurren sin prisa, tan solo cuentan las ansias de seguir mi ruta, la ilusión por descubrir y descubrirme llena de curiosidad por todas las cosas, a veces me gustaría llevarme todo lo que encuentro a mi paso y meterlo en un saco como si fuera un tesoro, la diversidad y los contrastes que nunca dejan de sorprenderme, aprendo aún a ser paciente, no siempre lo consigo, a recoger la alegría, a vivir como si fuera a morirme mañana y a valorar el silencio.

A veces añoro las cosas que me han sucedido y que ya pasaron, con una nostalgia punzante, amarga y otras dulce y serena con matices de gozo, como si tuviera la sensación de recuperar un bien perdido, o aquellos tesoros preciados que me arrebató la muerte, pero ya he aprendido a reconciliarme con la vida, a agarrarme a ella, yo guardo todas las imágenes que pueblan mis ojos, para poder regresarlas y no me cuesta después volver al paisaje conocido, ese que puedo medir y sentir próximo, el presente, pero jamás pierdo de vista el pasado, mi corazón es ancho y diverso y sabe esperar por los caminos del viento.

Esta noche me he ido a la ría, el mar estaba en calma, había muchos puntos luminosos, se me antojaban los rostros de las personas que quiero y que no están cercanas, como una chispa de fuego en el firmamento, los conservaba intactos en mis retinas, me pregunto cuanto tiempo podré retener la nitidez de las imágenes, y quiero preservarlas de alguna manera de todas las otras que por ley de vida se añadirán, la vida es una acumulación de instantáneas que pueden mantenerse un tiempo o durar toda la vida, a medida que pasa el tiempo se van sumando rostros, y me pregunto si el recuerdo es como una rueda que va girando siempre al amparo del presente, la intensidad de lo más próximo empequeñece el pasado pero no lo borra, nada borra aquello que hemos saboreado.

Es una noche ya de verano, no hay nubes en el cielo, ni las olas acuden a mis pies con remolinos de espuma, la noche tiene un color negro brillante que extravía la mirada y recoge sus tonalidades, en mi espíritu no hay lugar para ninguna inquietud, ya todo se va calmando, del mismo modo que se calma el mar cuando pasa la tormenta, así se han ido acallando algunos dolores de este corazón mío excesivamente sensible, lo bueno de el dolor es que tiene fecha de caducidad, antes o después llega siempre, el tiempo es un eficaz remedio, dicen que lo cura todo, sino? Pero en algún rincón del corazón, perduran las ausencias dulcificadas por los días, a veces tarda demasiado pero siempre llega.

Hay humedad y la sal se me adhiere a las manos y a los labios, me gusta el sabor del aire marino, su sensación de provisionalidad, su instante leve y efímero como un paréntesis del retorno.

La niña que había amado a un hombre con toda la urgencia del mundo, como presintiendo aquél final trágico ya es una imagen guardada en la retina como una historia bella e incompleta, como los sueños que se rompen si alguien nos despierta, el amor después se vuelve otra cosa, no puede seguir existiendo a través de un recuerdo, ni a través de los ojos, tienen que intervenir las manos, el olfato, el tacto del ser querido, su risa, para que el amor perdure. Tienes que sentir la risa y la voz de quien amas...

Ahora ya he crecido, aunque no lo suficiente, en un lado queda el pasado en el otro el futuro, el presente es un espacio quieto que espero llenar de movimiento, sopla la brisa del mar suavecita, llena de palabras y de silencios, como la vida, espero aprender a profundizar en la vida sin permitir que esta me haga daño,¿ será posible?...

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