Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

Corramos... Hay que salvar el planeta.

Corramos... Hay que salvar el planeta.

La Tierra

La Tierra
.

lunes, 27 de octubre de 2008

La Pena Honda 1.

Las personas atormentadas parecen al mirarlas que se han equivocado de guión, no encajan ni se encuentran a gusto en ningún sitio, parecen ser personajes de dramas y hacen vivir intensamente a quienes viven a su alrededor, haciéndolo ya parte de lo cotidiano de las vidas que viven al lado de su vida , son figuras que se definen por su imprecisión, en ellas nada es del todo cierto y del todo falso, son personas complicadas que a veces, podemos captar de un simple vistazo pero que otras escapan a la percepción de la mirada. Participan de tu vida, pero siempre a su forma e imponen su tragedia a la vida de quienes le acompañan, _ así era él_ como si su mundo fuera el mundo que hay que vivir, porque el de los demás no contaba para nada, y se encerraba en su mundo difícil de traspasar, me llamaba la atención porque en cierto modo me recordaba a mi padre.
Llegó de un valle del norte de España, debajo mismo de los picos de Europa, un valle precioso alejado de los ecos del mundo que en verano es siempre verde y en invierno siempre blanco.
Llegó a una playa del sur de España, a mi playa, donde mis padres tenían una pequeña casita en lo más alejado y a píe de playa, donde las arenas son finas y doradas y el cielo de un azul rabioso llenos de mirlos blancos.
Era profesor de literatura, de edad mediana, alto, delgado, casi guapo de ojos azules oscuros como el mar cuando está en tempestad.
Todas las mañanas cuando yo iba a comprar el pan y churros para desayunar, aún al alba, yo salía de casa y él entraba, se pasaba las noches en la playa y de día dormía poco, solo lo que necesitaba.
Quizás a cualquiera su imagen, caminando y hablando solo, le hubiera parecido extraña, pero no a mí, de los recuerdos salen las palabras y a veces le alcanzaba a oír alguna que otra frase que tratan de las pérdidas y de los sentimientos que acarrean estas pérdidas, entonces se convirtió en un enigma para mí, una adolescente que también sufría el drama de los mayores que la rodeaban, de los sinsabores del seno de una familia llena de altibajos, de incomprensiones y de demasiados acontecimientos.
Había alquilado la casa de señora Milagros, lindaba con la mía y los patios solo los separaba un tabique fino de cal blanca, tan escaso que era más bajo que su figura que parecía un muro oscuro ante tanta blancura.
A diario era yo quien quería ir a comprar el pan, no me quería perder la imagen de su figura algo encorvada y siempre en la tierra clavada, al llegar a mi altura, yo, siempre le decía – buenos días profesor- y él levantaba su mirada y sin decir nada, hacía un gesto casi imperceptible que pareciera que yo me lo imaginaba, para volver de nuevo a clavar su mirada en el suelo - y sería así, pues nunca me saludaba- me miraba a veces como si le recordara a alguien que, o le estorbaba o le martirizaba.
Mi tía Julia es de esas personas cariñosas, naturales, espontáneas que a veces raya en lo indiscreta, ella así con su forma, fue quien se ganó la confianza del profesor, un día le traía el pan, otro le saludaba desde la tapia o incluso le preguntaba por su salud, hasta que se decidió a ofrecerle su ayuda, total ella no hacía más que la comida en mi casa, y quizás sintiera una extraña ternura por la tristeza que cantaba su mirada, como hija de mi abuelo era en extremo sana y generosa.
Marcelo tenía la mirada lejana, como si mirara más allá de donde se encontraba, en algún otro paisaje que se interponía al levantar la mirada, como si guardara algo que jamás podría contar, sus gestos eran lentos de piernas y brazos sin final, a veces cuando llovía le veía recortado en la ventana con las manos extendidas en medio del frío húmedo de vaho del cristal, me dediqué a observarle, hay ciertas caras que casi nunca cambian de expresión, mantienen los músculos con una tirantez igual cuando se ríen o cuando han de llorar y en sus cejas pude denotar llamaradas de ira, de miedo y soledad, me recordaba a la expresión de mi padre en las noches en que decidía pasar la noche en su sillón delante de la chimenea, él también se percató de mi interés por su persona así que a veces me miraba con una mirada quizás no hostil, pero tampoco cálida, se diría que buscaba algo impreciso a través de mi presencia, me producía una pena infantil lejos de mi entendimiento, ( la misma pena que en mí reconocía desde que tenía uso de razón, en aquellos silencios de mi abuelo después de las tormentas, como si quisiera cambiar el mundo) al menos se daba cuenta de que yo existía, aunque Marcelo no lo demostraba, pero a mi no se me pasaba.

Aquella mañana el sol era una luz enfermiza que se diluye entre nubes compactas, al salir a por el pan, se me olvidó coger el paraguas y solo llevaba una chaquetilla de punto fina que la brisa algo airada traspasaba, entonces le vi, el subía por la cuesta empedrada de losetas clavadas por la mano del hombre en aquella arena rubia, hoy algo húmeda por el ambiente de tormenta de verano que se avecinaba.
_buenos días profesor- como cada día, levantó su mirada sin decir nada, entonces al clavar sus ojos en los míos denoté una sonrisa que sus labios no dibujaron, pero al instante su voz que no conocía sonó casi imperceptible, -buenos días niña, no llevas paraguas- muda me quedé- de lo gratamente sorprendida, que no me dejó ni reaccionar, pues inmediatamente empezó a subir hacia la puerta del patio, yo me sentía como la niña insignificante que por fin sentía la consideración de alguien que la ignoraba, el profesor me había mirado distinto, me había devuelto mi saludo y me había sonreído con los ojos, porque sus labios de aquella infinita y honda pena que denoté en el fondo de su mirada, se habían olvidado de sonreír y seguramente no quería ofrecer una triste mueca, o una sonrisa que a las claras fuera forzada.
El día fue lluvioso y apenas pude salir, en cambio desde los ventanales pude ver a Marcelo, andar y andar, mojándose por la arena con sus pasos pesados, sin prisa, yo le observaba con la atención que ponemos en lo que no terminamos de comprender, cuando queremos vencer los obstáculos que nos lo impiden.
Han pasado varias semanas y ya mi tía incluso le plancha alguna camisa, se les ve a veces pasear por la playa, claro que es ella la que habla sin parar, quizás un día que mi tía, vino en la tarde muy triste y con signos en sus ojos de haber llorado, se despertó una luz en mí y pensé que quizás ella, podría saber más del profesor.
Mi tía me huía, sabía –porque me conocía que estaba a punto de preguntar- y su actitud no me dejaba otra opción, que no decir siquiera,” esta boca es mía”.

Aquella noche del 15 de agosto, fiesta en el pueblo, mi tía invitó a casa a cenar al profesor, era una noche que brillaban en extremo las estrellas y en el patio se respiraba el olor a jazmín y azahar, la luna desprendía zumos de luz y los grillos del patio se esforzaban en duplicar su chillona letanía, en mi casa olía a comida y el ambiente estaba tranquilo, eran las noches plácidas de los veranos de mi niñez, en los que apenas me dejaban salir de casa , eso me llenaba de una sensación serena, así podría investigar sobre la pena honda de la mirada azul marino de aquel lobo estepario que no se dejaba traspasar.

Continuará…

2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho esta primera parte. El primer párrafo está para quitarse el sombrero, estoy de acuerdo contigo, el análisis que haces parece haber sido hecho por una psicóloga, es como si describieras a algunas personas que he conocidos, esas personas profundamente triste que nada las hace feliz, a mi me parecen personajes muy intrigantes, como si fuesen sacados de alguna novela de Albert Camus.

    Tus descripciones me parecieron exquisitas, me imaginé el pan fresco, la playa, la mirada triste y la calma de ese hombre.

    Tú padre aún vive?


    P.D. Lo de 'guay' lo sabía, me estaba haciendo el tontito para ver qué decías ;) Los caribeños heredamos el habla de los andaluces, nuestras expresiones se parecen mucho. ;)

    ResponderEliminar
  2. Pues si Engels, así son esas personas, no estudié psicología,pero tengo mucha percepción y soy muy observadora, gracias, me alegro que te gustara.
    Ah asique tomándome el pelo ah?
    mmmm si creo que si sé que heredásteis muchas cosas nuestras.
    Mi padre murió el año pasado, en el blog hay escritos para él cuando murió y de antes de morir y un escrito cuando hizo el primer año de su muerte, que fué este verano.
    Ya solo me queda Mamá y que me dure mucho.

    ResponderEliminar

Huellas.