Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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La Tierra

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martes, 31 de marzo de 2009

Niñez.


Yo me crié entre fresas, hierba buena, azahares y romero, entre libros y zaguanes, aprendí a leer con mi abuelo, y creo que nunca he dejado de ser la niña que observaba a los pájaros y leía debajo del limonero.
En las noches de verano en el primer patio de la casa debajo de la parra de uvas negras y en los bancos de hierro que mi madre cubría de cojines, ella nos contaba cuentos, con la luna por testigo y los ojos amarillos de mi gato negro.
Mi madre me ponía entre sus piernas y mientras narraba se entretenía en ponerme jazmines en el pelo, o entre medio de los huecos de mis trenzas de trigo. En esas noches de tanto calor a casi 40 grados, mi madre se ponía un vestido fresquito de verano provisto de grandes bolsillos que llenaba de caramelos”sugus” de muchos sabores, nunca nos los daba hasta que empezábamos a mirarla impacientes, ella se hacia la despistada, “venga mamá los caramelos “ y siempre decía “ ah, hoy no llevo” Y todos a la vez “ no ni na “ pero si tienes los bolsillos abultados que no lo puedes negar, anda abre el bolsillo mamá…
Yo le tenía miedo a la oscuridad y nunca me atrevía a cruzar sin compañía el trecho de patio coronado por un arco de rosas de pitiminí , veía monstruos en las sombras del membrillo y de la higuera y si tenía sed después de tantos caramelos, ella dejó de acompañarme o de irme a por agua y me decía: “ anda niña con lo listilla que tú eres, no seas tan “sinservir”, y mientras ella seguía narrando sus cuentos o las historias de familia, yo cruzaba de espaldas a ella sin perder de vista los bancos, las mecedoras y las butacas de mimbre, más de una vez me caí…
Los grillos dejaban su chirriar de melodía metálica rompiendo el silencio y las crías de lagartijas permanecían como embalsamadas en las paredes blancas del patio como si también ellas la estuvieran escuchando.
Siempre me gustó mucho aquella enorme casa, me perdía en sus rincones y sus estancias, en sus grandes patios, reteniéndola para dejarla en mis recuerdos, después terminaba escribiendo todo lo que me iban contando para algún día, yo poder contarlo, qué bueno que no se perdieron los recuerdos, recuerdos vividos a la sombra de mi casa, de mi gente y de mi pueblo, a la sombra del olvido con esa emoción de la memoria que dejan las cosas idas, retenidas en la luz que las contiene, llena de tiempo.

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