Respiro de nuevo ese aire abierto a la luz del cielo, mientras los árboles se doblan y la tierra se hace hueco en mis zapatos, a pesar de los pesares y de todos los malos momentos, a los que yo como siempre, fuerte y valiente en buenos convierto
Yo, siempre puedo.
Algún día con pasos de gigante llegaré a tu territorio disperso, en tus miles de pasos sin rumbo; respiraré tu mismo aire a la luz del cielo en un atardecer de brillos, cuando los árboles se estiren al cielo y la tierra se instale en mis zapatos como el tiempo que dejé atrás, muy atrás, allá donde duerme la desesperación y las consecuencias, en la misma cama, teniendo amores para regalarnos los frutos que hoy no comeremos, hoy no. Porque ahora tú te comes mi corazón a gajos anaranjados y mis manos de tinta azul escriben en tu cuerpo la sentencia de que las montañas nunca fueron demasiado y el cielo... el cielo yo no sé, ya nunca lo sabré
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Huellas.