Corre a dentelladas
a zarpazo limpio, a traidoras zancadas,
sin apenas darte cuenta de que no lo hay
para tanto proyecto,
que se va dejando amontonado
en los divanes de los deseos ajenos.
El trabajo, horas y horas en la mesa de un despacho
gris y desmantelado de todo afecto.
Reprimir el deseo, la voz, para acallar el llanto sutil
del anhelo de hacer y estar en otro sitio,
horas muertas y las diversas cosas perdidas
llenando el vacío de esperanzas sin esperas.
Oasis de deseos donde se perpetúan
“Los mañanas será otro día”
“los quizá mañana pueda”
rodeados de fronteras imposibles
y de carnavales del tedio.
No está pagado con ningún sueldo
descargar la vida en las estulticias de las proclamas
como aquella de que el trabajo realiza y dignifica,
puede ser, pero dignifica el espíritu la resta de algunas horas
del tiempo que regalamos para júbilo de los indecentes dogmáticos
que se aprovechan …
Pero el tiempo perdido se vuelve gris
no espera rosas sin espinas,
ni dibuja corazones libres de margaritas que dobla el viento,
solo nos queda dibujar silencios en los matorrales del aire
desde los cristales que nos retienende lunes a viernes
para que otros se den banquetes, de sol y aires ...
Pero yo sé que las estrellas parpadean a los que sienten la magia
como a mí en este despacho, esta tarde larga,
mientras escribo como me siento.
Cuando ya la luz se va haciendo tenue, confusa y distante
y me vuelva a redimir con el perpetuo “quizá mañana” …
se romperá la fe de los amontonados tic-tac
que amoratan el día, con la misma labor cansina, bronca y desolada
de una máquina en una mesa, que me despierta el ansia de la fuga.