
Anoche mientras hablábamos, comenzó la batalla con la que se habían venido amenazando las torpes imágenes que habían creado nuestros pensamientos.
Y las palabras fueron como afiladas dagas que causaban profundas heridas y fueron como bisturís que después de herir intentaban restaurar los jirones hechos en el alma.
Y fuimos crueles el uno con el otro, tan crueles como lo pueden ser los seres humanos en su as central ignorancia.
Y esos jirones invisibles y eternos se quedaron colgando en las telarañas de la memoria pudriendo los pensamientos.
Y ni mi ternura infantil, ternura de muchacha sensible y tierna fruto del amor que nos unía, alivió tu triste y cansada mirada. Ni ninguna de tus palabras de hombre ofendido, musitadas desde la mueca de tus sonrisas espantó mi miedo a perderte para siempre.
Y los recelos se pusieron a medir y a comparar para ceder el paso a una calculada indiferencia por la que se coló un espeso vacío que nos convirtió en islotes desiertos.
Y después nos dimos una tregua, ese parche que ponemos en el roto, “una nueva oportunidad”, para que nuestros cuerpos volvieran a fundirse, y nos desangramos suavemente, sin darnos cuenta, ya que la luz de la inteligencia no podía traspasar los tupidos velos que habían tejido nuestros anhelos.
Y a ti la noche se te hizo de plomo derretido y a mí de cristales rotos y sin embargo tus manos aún se mantuvieron abiertas esperando un milagro.
Y a mi se me olvidó, perdida en el abandono y el despecho, el tiempo que no me habías regalado, la pueril necesidad de sentirte a mi lado, y me fui a la cama entre las sabanas revueltas y el corazón destrozado.
Entonces pensé que la oportunidad nos enseña hasta donde puede llegar la mente confundida y que ya, en nuestro alejado mundo no se despejaban las dudas y posiblemente el amor, saldría dañado
Y el alba nos sorprendió como a dos furtivos irritados a los que se les había escapado la presa deseada.
Y yo me levanté en la mañana con mi glaciar arrogancia que me obligaba a vivir y tú te colocaste el disfraz de mago de los sueños para continuar engañándote con tu acostumbrado egoísmo.
Y por dentro éramos la misma confusión, el mismo dolor de esa humanidad en conflicto permanente.
Y tú por restañar tus heridas me escribiste tus últimos versos y yo aplacando mi dolor, te ofrecí mis últimos miedos.
Y antes de despedirnos el tú y el yo continuaron bailando el vals que tocaba la orquesta de las conclusiones. Yo te dije me voy, y tu dijiste hazlo no me importa
Y me pareció que tu “No me importa”, no era otra cosa que la realidad engañosa que habían forjado la no menos engañosa retahíla de todos tus te amos y de todos tus engaños.
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Huellas.