Ernesto camina por la calle,
su aliento aún calenturiento
se corta por el viento,
serena el corazón y altera su razón.
Entre dientes mastica su vergüenza
¿Porqué prometo que no voy a volver
y luego vuelvo, una y otra vez?
se pregunta sin ánimo de respuesta.
No quieres darte cuenta Ernesto,
que tú en estos sitios, solo eres un viejo,
Iser es extranjera y no buscó otros medios,
lo hace por dinero, pero es joven
tiene veintitrés y tú, setenta y tres…
Y tienes una mujer
a la que le llevas tres,
tus hijos también son tres,
y el menor, a Iser le lleva diez…
Ernesto va expulsando la vergüenza
a medida que delira:
“No voy a volver,
por dios Ernesto, no te ves…
los brazos te cuelgan la piel
como si la estuvieran secando,
la espalda cruje al levantarte,
las piernas se te doblan
a causa del reumatoide
y todo lo demás... Abstracto
lo tapa el vientre…"
El viento frío de la noche,
lo ha desaturdido,
y camina del prostíbulo a su casa,
dejando atrás, la llama y la mirada.
Pero Ernesto es terco, piensa en Iser
y la inspira a bocanadas…
“Cuando me sorprenda la muerte y su mirada,
mejor que no me coja vacía y seca las entrañas”
_piensa él_
Los vacíos -cuando se instalan en nuestra alma- nos rompen por dentro y crean una sed que no se calma con nada... salvo con el objeto de nuestras necesidades y anhelos. Nos convertimos en vícitmas de nuestra propia debilidad y recorremos mares oscuros en una triste deriva. También esta es una de las caras de la vida...
ResponderEliminarExcelente y cruda descripción que hiela el alma.
Un gran abrazo, querida amiga.