Desde su muerte y debido a la relación tan estrecha que teníamos, se me perdió esa mirada, se me desplomó el mundo a traición, como un golpe seco… a medida que crecía, la tristeza, no se iba, se quedaba.
En un momento de un día, alguien me dijo en un parque, al pasar…
¡Qué triste vas! La tristeza envenena de lágrimas, nubla la mirada, emborrona la vida y no te deja mirarla…
Nunca supe quien era, y eso que miré, como se mira a un tren que se escapa.
A los dos días y sus noches de aquél día, saltando de nube en nube hasta descargarlas, apareció un sol leve pero sol al fin y al cabo y me llenó de luz la mirada, y media sonrisa me empezó a iluminar la cara…
Desde entonces la sonrisa no me abandona, y me hice fuerte en las batallas.