Era una mañana suave de otoño incipiente, el sol era leve y acariciador y el aire repleto de azules mezclados y confundidos en una tonalidad de cielo transparente, con otro azul luminoso sin mácula o con las nubes blancas que dejan las nubes.
Hubiera sido un paseo como cualquier otro, si tú no hubieras aparecido.
Hubiera querido decirte o que me dijeras, pero yo callé por no dañarte una vez más, para qué decir lo ya tan repetido, y tú cuando acogiste mi mano entre tus manos, callaste, temeroso de poner en evidencia tu sed, tus ojos dejaron libre el pensamiento haciendo cabriolas, como si fueran pájaros, como si yo toda, fuera un árbol con todas sus ramas donde posaras tu trino con la alegría osada que vence los obstáculos.
Te miré y pensé de inmediato que entre tú y yo no sucedería nada más de lo que ya sucedió, y fue mucho, una montaña enorme de sentida amistad, si hubiera sido de otro modo, ya hubiera notado alguna mariposita en el estomago y en este caso algo quedó escondido en la luna del armario…
No hay ruido, ni latidos, ni pasos iluminados bajo la otra luna que brilla en el espacio.
Es un cariño sin golpes de pecho, lo que yo te guardo.