Y apagué la luz…
Se me durmieron los duendes después del primer bostezo de mi noche entre las sombras.
La bruma atrapaba el iris de mis ojos y los susurros de la brisa acunaron mi mirada.
Pude verme transparente flotando por la luna, mis labios sonreían presencias cercanas, tu piel reclamaba mis caricias y mi pelo como hilos de oro viejo, tejían tus besos.
De repente, a las puertas de mi noche golpearon los puños del miedo, abriendo el negro espeso de mi sueño y el condenado olvido te trajo de nuevo conmigo y de nubes cargadas de lluvia se llenaba el cielo.
Diluvió soles y luces mientras te perdiste en mi sueño, tropezando una docena de veces acariciando estrellas y lunas entre los pliegues de dos pieles abiertas de ternuras.
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Huellas.