Mi vecina el lunes pasado vino a casa de visita, pasó a ver a mi mamá y preguntar como sigue de ánimos.
Mientras yo preparaba café, ellas se enzarzaron en una conversación de quejas y más quejas sobre la vida cuando los años pasan, no les hacía demasiado caso, aunque en un instante me llamó la atención la voz de Laura – así se llama mi vecina- por lo sincero y lastimero de su tono y sus palabras, ella le comentaba a mi madre con tristeza.
Esta mañana en el trabajo después de un esfuerzo sobrehumano por terminar un trabajo la noche anterior echando horas extras, me reclamaron un fallito insignificante de mala manera y con palabras de injusto término, y yo a punto de inundarme de agua salada me quedé callada y sola y pensé que nunca nadie me pedía disculpas ni me agradecía nada, ni me pedían las cosas de buen agrado.
Me senté a pensar y a contar las bofetadas sin manos que me dan a diario, al final me fui olvidándolo todo, como si nada, aquí paz y después gloria.
A lo mejor soy tan pequeña cosa que nadie me valora.
Me quedé totalmente apenada, no me atreví ni a mirarla por si ella se apuraba, pero después de servirle el café, y regalarle la más tierna de mis sonrisas, le regalé la rosa que horas antes me habían mandado por interflora, aunque sé que los regalos no se regalan, pero no encontré mejor ocasión de regalar lo regalado a alguien que llevaba tanto acumulado, asique la señora Laura me aceptó la rosa y con un brillo desmesurado y algo pícaro en los ojos, me dijo: Gracias mi niña, me imaginaré que lleva tarjetita y que en ella me dicen “ acepta la rosa más bella como una disculpa”
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Huellas.