
Invades mis noches mansas con el reflejo de tus ojos, color endrina, carbón de mina, fijos, que me hablan cuando el fuego en tus pupilas brilla.
Y yo me pierdo en sus profundidades, con la demencia que sueles dejar, con solo posar tu mirada, en el mar revuelto de la mía, me inquietas si, y lo sabes, sabes como adentrarte y como encontrarme a mí, que soy tu objetivo, y sabes pronunciar en su momento las letras de mi nombre y las desordenas, las enfilas y las trillas, y siento ganas de gritar, lo confieso, me paro, regreso a mi aún cuando en mi interior, el furor del corazón quiere salir en la emergida de tu morada, para decirte que siento, que camino hacia ti y aunque titubeo a veces se que deseo ir hacia tu encuentro.... pero no puedo, podría ser que no arriesgo…
Las madrugadas se hacen eternas cuando te miro desde la lejanía y a pesar de ella encuentro la seguridad de tus pasos, la sinceridad de tus palabras, y la intensidad de apoderarte de mi fragilidad, yo voy dejándote hurgar para notar como llegas a reconocer que mis silencios hablan, y me siento como una colegiala, porque tu logras convencerme de que debo acompañarte en alguna aventura que deseas que yo comparta a tu lado… pero regreso pronto a mi voluntaria retirada, a los esteros de mi alma y allí me quedo acurrucada, con el temor de ser dañada.
Y así el silencio me envuelve en su placenta, me resguardo del mundo de ese modo y así, olvido que sin ti existo y que te quiero, olvido que el mundo cabe dentro de mi pecho, y que el amor es soberano.
Apenas me aparto solo un momento, tú asomas desde el fondo, y vienes y brotas como el agua, y es ahí donde yo cruzo las manos, sonrío y me levanto, y sigo caminando con esa lentitud de las flores dormidas, sin saber si darme toda o plegarme en mi misma.
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Huellas.