
entre las hojas y las uvas
de la parra de mi patio…
Ahora después de oler
el rotundo aroma del tiempo,
agotados ya los edenes prometidos,
me sabes a ermita y clorofila…
será porque he crecido…
No dudo que fue hermoso,
a esas edades,
la lluvia y el sol...
se beben a sorbos presurosos...
Pero sin embargo,
la vida se impregna
para siempre
de ese primer sorbo
en que te bebes
el aroma y la quimera del mundo,
esponjada de verdores y frescuras...
Siempre queda el recuerdo, rebosado de ternuras
cuando en las tardes de olivos y naranjos,
el corazón canta recordando...
Y en este verso hoy,
estoy cantando...
y ayer,
en el concierto con las manos y el corazón en alto
a ritmo de la eléctrica,
los dos cantamos.
Todo tu poema está impregnado de esos sutiles regalos con los que la naturaleza nos premia y que pasan a formar parte de nuestra memoria emocional y la dejan tatuada de indelebles sensaciones: un olor, una visión, el roce de una mano, briznas de hierba... ese esponjamiento de verdores y frescuras que comentas.
ResponderEliminarUn abrazo, Karol. Es decir, otro.
Gracias Dédalus. Si nuestra memoria está cargada de verdores y frescura y qué bueno no?.
ResponderEliminarUn abrazo escribidor.
:)