El fuego del calor andaluz nos acoge noche y día, en las noches su tacto de estrellas vaga a su antojo y se inflama en la piel, alimenta la mirada, no hay barrotes que puedan retener su fulgor y su encanto. Sin dueño se desliza por la cresta de las olas en la playa, se encarama a los tejados y azoteas, sube y baja del cielo iluminando los caminos del viajero, el lecho del amante llenándole la boca y los ojos de sueños, los parques y avenidas, las calles, los balcones, los puentes, las copas de los arboles…
Trepa por los labios sembrados de besos bajo los hilos de la luna, y gravita sobre el pecho suspendiéndole en latido hacia la bóveda del cielo, como otro puntito brillante que busca su camino… como un aposento, un destino, un impulso que alza la piel y la esperanza buscando un nuevo futuro , aún desconocido… porque nos hace falta arder y renacer de un nuevo barro que nos devuelva los valores, para alzarse en las alturas y cantar por los espacios, arrojar por la borda todo lo malo, todo el que podamos, porque necesitamos aire fresco prendido en el pecho y que resuene por dentro.
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Huellas.