Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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Corramos... Hay que salvar el planeta.

Corramos... Hay que salvar el planeta.

La Tierra

La Tierra
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sábado, 21 de noviembre de 2009

Naúfrago


Una noche,

llamaste a su puerta

muy despacito,

con los nudillos de la mano…

y no te oyeron.

En un amanecer

de los que te sorprendes

bajándote de la noche,

en un Alba cualquiera…

llamaste de nuevo

tres veces a la puerta,

esta vez con la mano abierta

y de nuevo, no te oyeron…

Amarraste todos tus sentimientos

en un pañuelo,

como en un hatillo

y volviste tus pasos al camino

anunciando tu pobreza…

Calle abajo,

corría tu sed

la sed propia de los náufragos.

Un viento frío

sustentó la noche de melancolía,

como una brisa helada

que congela los sueños

y atenta contra el pulso del alma,

como una boca blanca

que sopla añoranza…

el tiempo incansable

que nunca para…

y el mundo que cambia,

y el viento que arrastra la esperanza…

El Piano.


Nunca antes te había visto ni oído tocar el piano.

Ni siquiera en los veranos que venías invitado a mi casa desde tu ciudad y te instalaste en la casita del jardín la que adecuaste para tus estudios de verano en la universidad Iberoamericana, y donde en un íntimo rincón lo colocaste, fechas que coincidían con mis idas a la playa y al campamento de verano.

La primera vez que te vi, me sentí algo temerosa, te veía un chico mayor comparado a mis años, pues eras joven, pero tenías un algo en tu mirada que me obligaba a esconderme por la casa.
Una tarde te oí, yo estaba en los ventanales del salón, y movida por la fuerza bellísima de aquella melodía, sin pensarlo me acerqué.
La puerta estaba entreabierta y avancé por la estrecha galería, y estabas allí de medio lado a mis ojos, detrás de tu cabeza se extendía un haz de sol iluminando tus ojos y tu rostro. Te volviste hacia mí y me viste también como también me dirigiste una sonrisa viva que te venía por encima de tus pensamientos.
_Estas muy guapa_¿es por mi música? dijiste sin dejar de acariciar suavemente las teclas del majestuoso piano, no contesté a esa pregunta que me pareció una observación fuera de mi comprensión.

Sabiendo que no te contestaría miraste hacia tus manos apretando las teclas con pasión, obligándolas a darle sentido de una esplendorosa primavera, al instante giraste de nuevo tu rostro a medio lado mirándome con una línea imperceptible en los ojos, esa que forma la hilera de pestañas al entrecerrarlos, te miré directamente a ellos atraída por una intensa claridad que salía de tu mirada mientras tú me mirabas abarcando mi cara y mi figura, tenías los ojos rojos como de no haber dormido en tres días y mientras tocabas tu cara se llenaba de arrugas que parecían pliegues de dolores del alma; Y pensé que quizás a esta casi niña tu mirada la encontraba atractiva.
Tal vez el sentido de la vida para una chica de mi edad_ en aquel tiempo_ consistía en ser descubierta así, mirada de aquella manera que ella misma se sintiera irradiante de luz.

Noté que tu mirada se acoplaba a la música viviendo plenamente el propio goce de los sentimientos y sensaciones, la propia desesperación y la alegría, la bondad y la maldad… todo era un remolino de inquietud en mi inexperto corazón.

De modo que huí, corrí por el jardín hasta volver a sentir mis pies en el salón al que abandoné apresuradamente para dirigirme a la calle y una vez en ella tuve que taparme los oídos para no seguir oyendo tu piano y su apasionada primavera envuelta en aquella línea de tus ojos penetrantes, que me recordaban a las dulces y espesas noches colombinas con su olor a jazmín del patio de mi casa.
Sentí la necesidad de refugiarme en los brazos de mi padre buscando ávida su ternura.
No volví a oír el piano ni a verte, parecía que te habías esfumado.

Pasaron días hasta que una noche en medio del silencio, de los pasos del vigilante, más arriba de los balcones, de los tejados, de la azotea, acompañado del brillo de los astros se oyó de nuevo el piano.

La inquietud me hizo saltar de la cama, la cadencia de tu música me traía los sonidos como hilos imposibles que vienen del mundo sideral y que obraban en mí con fuerza imposible de precisar.
Al otro día antes de que los primeros rayos del sol emergieran en el horizonte, mi padre como cada verano, me llevaba al campamento. Al dar la vuelta a la casa desde el auto, te vi allí en la ventana enmarcado y desde tus ojos me enviaste la misma luz que lucía tu mirada la tarde del piano, iluminando el aún oscuro horizonte.

Segundos después se oyó por última vez la apasionada primavera que derramaba tu ser, me invadió una inexplicable ansiedad que solo se me pasó al llegar al puerto con una bocanada de olor a sal y a barcos… se me pasó el desasosiego y pensé que por primera vez, me había sentido _la princesa de un cuento_ después de un largo incógnito, no te volví a ver, y allí dejaste tu piano.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Del Cautiverio Inmenso.


Desde tu cuerpo, de su calor,
Del cautiverio inmenso
De tus brazos… he cerrado los ojos,
He caído en el turbulento mundo de los sueños,
Donde habitas a ratos,
He visto mi silueta dibujada en tus pupilas
Mis labios gozosos abarcando tu sonrisa.
Abandonados a las caricias,
A tus manos ágiles de ternura
Posadas en mi cintura…
En el silencio profundo e invencible
De los sueños,
He parado el reloj, y la noche,
Derrama su piel entre mis sábanas
Y se nutre mi cuerpo de silencio
Enredando las horas
Como una caricia que levanta su vuelo…
Roto por un “vente conmigo allí donde te quiero”,
Fuera del tiempo en que me pierdo
Bebiendo de tu boca y de su cielo…

Fuera, brillan las campanillas a la luz de la luna.