Cuando me alejo, me cruje el adiós como hojas muertas, ahora siempre estamos rendidos, que es lo mismo que ya no importamos, quizá quedan pocas razones pero buenos motivos, para darnos una muerte mejor.
Yo no te maté, ni a nada ni a nadie, y tú tampoco lo harás conmigo, pero el disparo fue certero directo al corazón, la herida fue púrpura, deshojada y silente.
Es solo un instante, dejar de respirar, sentir la bala en cada milímetro de piel, me duelen los besos, y ya nada, cerrar los ojos para volver… más nunca.
Tu mirada, ¿dónde?
Tu dulzura, aquí. Y yo tan lejos.
No me enseñaste el camino de vuelta,
Me perdí,
Néctar de luna bebimos
Por eso saben a olvido,
Estas ganas de morirnos.
Enterrarnos el uno al otro con llanto y barro, frágil sudario del amor,
Como papel arrugado en la memoria, tan frío, tan inmaculado, tan desierto.
Pero no… por los poros de mi piel, te asomas cuando me descuido y brota la sangre de la herida, y con la herida la sonrisa, y con la sonrisa el corazón, y por el corazón las alas, las estrellas, la mirada…
Esa que emerge como naufrago a mis ojos,
Desde el oleaje de un mar que algunos llaman lágrimas
Yo, no se como llamarlas, si rocío, brillo o escarcha…
Un día llegaste y te quedaste,
Como se quedan en el alma las cosas importantes,
Ocupando todos los espacios, y sin pedir permiso,
como ahora siempre Tú, inquilino a deshora,
que entra abriendo de par en par mis silencios.
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Huellas.