Sueño y Vuelo, aunque me caiga luego...

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Corramos... Hay que salvar el planeta.

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La Tierra

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viernes, 30 de enero de 2009

LA Pena HonDa III.

Aquella noche Marcelo había estado bebiendo, mi tía fue a visitarlo con unas croquetas y unos entremeses y no quiso cenar, estaba sentado en el umbral del rellano de la entrada a la casa desde el patio, con signos claros de embriaguez. Imposible hacerse oír, mi tía salió de la casa consternada dejándole allí las viandas, entrando en la suya relatando no sé que cosas por lo bajo.

Al rato de estar sentada en el porche me levanté al adivinar una sombra que se apreciaba difusa y temblorosa, la seguí con la mirada, asustada; la noche era tibia, pero cargada de humedad, una luz blanca iluminaba mágicamente los destellos de plata que la luna dejaba en el agua, al fondo de la gran avenida de arena que llevaba a la playa -entonces le identifiqué-, el profesor iba con una botella colgada de la mano del brazo izquierdo casi rozando la arena, con la otra daba manotazos al aire como queriendo tocar algo y sostenerse, caminaba de prisa, casi corriendo, debido a los tumbos que te hace dar la bebida cuando ya ha traspasado los límites.

Pensé angustiada que si se le ocurría irse al agua, no podría alcanzarlo y mucho menos podría con él. Crucé la playa sin saber siquiera donde pisaba, corría exhalada, y llegué a la orilla, justo frente de él, donde podía mirarle aún en lo alto de la duna, por si llegaba y al verme retrocediera, mi mente empezó a dar vueltas alrededor de mis pensamientos y el corazón del pecho se me iba, cuando le vi bajar, me apresuré y le salí al paso en la mitad del trayecto que lo separaba hasta llegar al agua.
Me miraba velado y desmadejado, la bebida y mi imagen lo trasladaron al pasado y con voz extraña, repetía seguido- Clara, clarita has venido-, me extendió la mano, la agarré apresurada y lo guíe hacía la luz para subir a la casa, me salió todo como esperaba.

Al llegar al porche, -dijo- clarita siéntate aquí a mi lado- estuvimos un rato en silencio, no se oía ni a los pájaros, ni siquiera a los gatos de la señora Milagros, el silencio cortaba como aristas de metal que se alojaban en nuestras gargantas, le quité la botella y le di agua, entré a por café y poco a poco se serenaba.

- Profesor no soy Clara- musité con una vocecilla que de tan baja, a ras del suelo, la arena levantaba.
- Sí, hace escasos minutos que pude darme cuenta, perdóname niña, ahora tendré que explicarte y mirándome sin verme, preguntó, - ¿Tienes sueño niña?- negué con la cabeza.
El otro día me dijiste que una pena honda notabas en mi mirada.
- Si, sigue ahí profesor-, le dije sin mirarle.
- ¿sabes tú que significa honda?
- Pues si, creo que es cuando algo llega muy dentro, muy profundo, que de tanto, hace hueco y se hace hondo.
- ¡Muy bien¡, eres una chica observadora, me sorprendes niña, eres muy receptiva, pero no me alcanza la palabra, no cubre mi pena, se queda como una brizna de hierba, habrá que buscar otra, ¿la conoces tú?- preguntó.
- Con la misma vocecilla dije- No profesor, no sé- pero mi abuelo me decía que cuando un dolor muy grande llega dentro, se hace del alma y se hace profundo, se abre camino dentro, deshaciendo todo, y se hace vacío llenándolo todo de tristeza.
Me miró sorprendido, - bien, no podremos encontrar la palabra pero si puedo explicarte como es mi pena,¿ serás capaz de soportarlo?
- Pensé” no profesor” pero me oí a mi misma decir – si profesor , lo soy-
Nunca podrás entenderlo porque eres muy niña y aún no sabes de ciertos sentimientos- quise decirle algo pero siguió sin darme opción, relatándome como si yo, ya fuera solo el pretexto, que él necesitaba para deshilvanar el hilo de la conciencia y el arrepentimiento, un elemento del todo prescindible, ya que noté que me olvidaba por completo al iniciar su relato, como cuando caminaba hablando solo, empezó a vaciar su corazón de aquella pena, que le salía a borbotones de sus labios y de sus ojos, convirtiéndose a los míos en un ser frágil y desvalido, sentí un picor en de lágrimas en mis ojos.
- Al principio solo es dolor físico, que te clava lacerante, como si te cortaras con un cuchillo, tan agudo que no te deja respirar, pero se puede soportar, piensas que solo es un estado que pronto pasará, que dentro de un tiempo, abrirás los ojos y no está, como si esperaras que lo cure el tiempo, pero después lo más duro, es la certeza de la ausencia definitiva, de saber que alguien que era el soporte de tu vida se ha marchado para siempre, y entonces no te acostumbras a ello, lo vas descubriendo cuando siempre estás solo, cuando quieres hablar y no está para escucharte, y aún así le hablas y no hay ni eco que pueda hacerte compañía, todo queda en la nada mientras comprendes qué es la soledad, cuando no hay ecos de voz ni respuestas, ni un roce leve de su calor humano.
- Pasan los días y las noches y el espacio de antes para dos se convierte en uno solo, angustiado y apretado, ya la ilusión truncada de un futuro donde podríamos ser tres o cuatro, una familia, se vuelve truncada y tus manos traspasan la frontera invisible que tú mismo trazaste llevándote de repente a la nada sin esperanza, entonces viene el día, todos los días se vuelven ausencias, soledad, vacíos ausentes de voces, abres los ojos y te llenas de chorros de luz que no son tus luces, porque tu interior está ciego, luces de otros que no se corresponden con tu estado interior opaco y falto de luz, y deseas entonces que llegue la noche con sus sombras para que te envuelva la oscuridad y puedas evocar la cara, los ojos del ser más amado que la muerte se llevó, entonces la pena te ocupa todo por dentro y te conviertes en un espectador que contempla la noche y el día sin remedio, sin querer participar, te pesa en el cerebro, en el corazón, te aplasta la sienes, y te niegas a abandonar el dolor que es ya lo único que te queda de lo que quieres recordar y jamás olvidar, piensas que debes conservarlo porque al menos así sientes que te tiembla el corazón.
- -¿Es Clara profesor? - pregunté, me miró como si hubiera recordado que yo estaba a su lado, tardó en contestarme, y luego dijo: no, Clara es mi hija, hablo de mi esposa, Lucía.

Continuará.

1 comentario:

  1. Que bello relato lleno de una enorme sensibilidad y de matices que arrastran a su lectura....enhorabuena y un abrazo desde azpeitia

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