Últimamente Isabel se ha descuidado un poco, yo lo comprendo pero no me gusta, porque eso me indica que no está siendo totalmente ella, antaño tan elegante y tan cuidado su aspecto… ayer tarde la encontré sentada en un banco de la plaza que está al lado de casa,” la plaza del Quiosco”, no lleva su traje tan elegante que seguro que no los recuerda todos y el moño perfecto de su cabello blanco está solo arreglado sobre el del día anterior, el rosa nacarado de sus largas uñas, se le está desgastando y hasta hace poco no he notado las arrugas de su rostro, son de vejez pero también de cansancio, y esa sonrisa eterna con la que pintaba su rostro, solo aparece cuando me advierte, su mirada es distinta, a veces parece que puede estar diciendo mucho y otras no dice nada, Isabel parece un cuadro incompleto.
Me he acercado y he pronunciado su nombre, no me ha hecho ni caso, supongo que a veces no recuerda ni su nombre, y menos las voces al pronunciarlo, nadie la llama a diario, a no ser yo, sale poco de casa, su hijo Pablo viene en Junio y ya se la lleva definitivamente, ahora tiene una señora que cuida de ella, día y noche pero algunas horas por la tarde hace algunas cosas fuera, ella la espera sentada en el banco de la plaza… le gusta mirar a los niños con sus bolsas de chuches y gusanitos, es cuando yo llego a buscarla.
- Isabel, soy yo- le dije sentada a su lado- no me has contestado.
- Ay mi niña perdona, no sé donde me había parado.
Y me regaló esa sonrisa por mi conocida, y sus manos me acariciaron la cara.
Me estuvo contando las cosas a trozos, a veces callaba como si pensara y luego retomaba la palabra de forma apresurada como si fuera un huracán para que no se le olvidaran, aún podemos hablar pero se le escapan los detalles y sus frases en ocasiones son breves pinceladas.
¡Cuánto me recuerda a mi padre en el inicio de su enfermedad!, pero mi padre era mucho más joven que Isabel.
Isabel es una mujer educada, amable y cariñosa, ni siquiera ahora se la ve malhumorada, esta tarde me ha hablado varias veces de su marido.
-Ven vámonos niña que mi marido está a punto de llegar y me gusta estar en casa.
A veces se queda esperándolo hasta que se da cuenta de que no existe, y entonces llora como yo, cuando tenía ocho años y mi padre se fue a trabajar a Francia.
Yo creo que lo tiene escondido en uno de los borrones de su mente y de vez en cuando se vuelve claro y lo ve caminando hacia ella, pobre Isabel, procuro mantenerme sonriente para que ella no note mi tristeza, quiero regalarle sonrisas para que ella sonría…me gusta su cara cuando me mira ilusionada y me cuenta historias de su nieto o del pasado y sus ojos se llenan de felicidad, luego parece que su mente se ilumina y la trae al presente y me mira extrañada y aún así sonríe sin motivo aparente y me dice “gracias mi niña”.
Ya nos levantamos y caminamos las dos en dirección a casa, sus ojos parecen un pozo sin fondo, que parecen saber la verdad, pero tienen miedo de enfrentarla.
Isabel ha sido siempre una señora de vida cómoda, de tardes de café y cartas los jueves en su casa con sus amigas, a veces me contaba como se pasaban horas riendo a carcajadas hasta la hora del regreso de su marido, Isabel tenía criada y era una mujer buena y refinada que enseñaba a tocar el piano a las chicas que trabajaban para ella, no se resignaba a ser una profesora de música jubilada, y a final de mes cuando les pagaba, siempre les regalaba alguna ropa de esas de las que ella decía que se cansaba, es tan buena Isabel…
Le he hecho la cena y a pesar de estar con ella la señora que la cuida, la he ayudado a ir a la cama y allí, le he leído mi escrito, ese del sol y la luna que enamorados se buscaban sin encontrarse nunca… ella casi siempre es el que me pide, ¿que pensará o qué verá en el relato que nunca se cansa de oírlo?.
-Buenas noches Isabel dame un beso…
- Hasta mañana mi niña, vuelve mañana…
- Volveré Isabel.